​De la reacción heroica a la estrategia invisible: el nuevo capital humano en la gestión de desastres

​"El fin de la improvisación: el desafío de reemplazar a los héroes del desastre por arquitectos de la prevención."

Comunidades Seguras14 de diciembre de 2025RNRN
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La imagen tradicional del gestor de emergencias —aquel profesional con chaleco, botas y presente en el terreno después de la tragedia— está comenzando a desvanecerse para dar paso a un nuevo paradigma. El futuro de la Gestión Integral de Riesgos de Desastres (GIRD) ya no busca prioritariamente a quien sabe apagar el incendio, sino a quien posee la capacidad intelectual y técnica para diseñar el sistema invisible que evita que la chispa se encienda. Mientras el mundo avanza decididamente hacia la anticipación algorítmica y la resiliencia financiera, América del Sur se enfrenta a una encrucijada crítica: profesionalizar sus cuadros técnicos con nuevos perfiles o seguir pagando el altísimo costo de la improvisación.

En las economías avanzadas, como Japón, la Unión Europea o Norteamérica, la gestión de riesgos ha dejado de ser una rama operativa de la defensa civil para convertirse en un eje central de la planificación económica y territorial. En la actualidad, el gestor de riesgos global actúa como un nodo de información que no toma decisiones basadas en la intuición o la experiencia empírica, sino en modelos probabilísticos complejos. En ciudades como Tokio o Róterdam, los equipos de trabajo son híbridos y transversales, donde un ingeniero civil colabora estrechamente con científicos de datos y sociólogos del comportamiento. La tecnología se ha convertido en el estándar, utilizando gemelos digitales de ciudades enteras para simular desastres y prescribir soluciones antes de que ocurra el evento.

Por el contrario, el camino que debe recorrer América del Sur presenta desafíos estructurales diferentes. Si bien la región posee una de las comunidades de respuesta humanitaria más solidarias y experimentadas del mundo, su talón de Aquiles reside en la gobernanza preventiva. El cambio cultural necesario implica abandonar los mapas de riesgo estáticos en papel para adoptar sistemas de alerta temprana dinámicos, alimentados por inteligencia artificial y sensores en tiempo real. Asimismo, la región debe transitar de una dependencia excesiva de los subsidios post-desastre hacia una cultura de transferencia de riesgo, lo que requiere profesionales capaces de blindar los presupuestos públicos mediante instrumentos financieros sofisticados antes de que la catástrofe golpee.

En este nuevo escenario, las profesiones más permeables para liderar la gestión del riesgo en la próxima década son aquellas capaces de funcionar como "polímatas del riesgo", integrando conocimientos técnicos con visión estratégica.

En primera instancia, surgen los traductores de datos, perfiles como científicos de datos y analistas geoespaciales. Su rol es vital no solo por su capacidad de programación, sino por su habilidad para tomar la vasta información satelital y traducirla en políticas públicas locales comprensibles. Un algoritmo puede predecir una sequía, pero se necesita un humano capaz de explicar a un ministro de economía la urgencia de liberar fondos preventivos meses antes de una crisis alimentaria.

Paralelamente, el sector requiere con urgencia arquitectos financieros. La región necesita economistas y expertos en Fintech que dejen de mirar exclusivamente el PIB para diseñar instrumentos de transferencia de riesgo, como bonos catástrofe o seguros paramétricos. La innovación en este campo apunta hacia el uso de blockchain y tokenización, imaginando fondos de emergencia que se ejecuten automáticamente mediante contratos inteligentes al momento de detectar un evento sísmico, garantizando liquidez inmediata.

Sin embargo, la tecnología y las finanzas pueden fallar si no existe una adopción comunitaria real, lo que abre la puerta a los ingenieros sociales. Antropólogos urbanos y psicólogos sociales se vuelven indispensables para diseñar la "última milla" de la gestión de riesgos. Su función es crear protocolos que consideren la cultura local y la psicología de masas, resolviendo interrogantes sobre por qué las poblaciones regresan a zonas de peligro o desconfían de las alertas oficiales.

Finalmente, la integración de gestores de continuidad de negocio se vuelve crítica tanto para gobiernos como para el sector privado. Estos profesionales, a menudo ingenieros industriales o administradores, ya no se limitan a proteger activos físicos, sino que diseñan cadenas de suministro y operaciones resilientes capaces de soportar desde pandemias hasta colapsos logísticos.

En conclusión, el gestor de riesgos del futuro en Sudamérica no será necesariamente quien cargue las bolsas de arena, sino el estratega sistémico que diseñó el modelo para calcular la necesidad, aseguró el financiamiento previo y preparó a la comunidad para actuar. La región no necesita más mártires de la emergencia, sino estrategas de la resiliencia.

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