La guerra en Ucrania ha dejado de ser un conflicto contenido en las estepas del Donbás para convertirse en una sombra que se alarga peligrosamente sobre el resto de Europa. A casi cuatro años del inicio de la invasión a gran escala, la pregunta en las cancillerías europeas ya no es solo si Kiev resistirá, sino dónde podría quebrarse la siguiente línea de contención.
Mientras el frente ucraniano se estanca en una sangrienta guerra de desgaste —con avances rusos medidos en metros y costes humanos devastadores—, una segunda guerra, más silenciosa y difusa, ya está operando en el corazón del continente.
La "Guerra Híbrida": El conflicto ya está aquí
"Rusia ya está en guerra con Europa, pero Occidente se niega a admitirlo por miedo a la escalada". Esta frase, pronunciada off the record por un alto funcionario de inteligencia estonio en Bruselas la semana pasada, resume el clima de paranoia justificada que recorre el Báltico.
A lo largo de 2025, la estrategia del Kremlin ha mutado. Ante la imposibilidad de una victoria militar rápida en Ucrania, Moscú ha activado lo que los expertos denominan "guerra de zona gris". Los incidentes se acumulan: sabotajes a infraestructuras ferroviarias en Polonia, cortes inexplicables de cables submarinos en el Mar del Norte y una oleada de ciberataques contra sistemas sanitarios y bancarios desde Helsinki hasta Madrid.
El objetivo es claro: agotar la paciencia de las sociedades europeas, fracturar la unidad de la OTAN y sembrar el caos interno para que el apoyo a Ucrania se desmorone por su propio peso.
Los puntos calientes: Moldavia y el Báltico
Si la guerra convencional desbordara las fronteras ucranianas, los analistas militares coinciden en señalar dos puntos de ruptura inminente.
El primero es Moldavia. La pequeña república exsoviética vive bajo una presión asfixiante. Con la región separatista de Transnistria —donde Rusia mantiene estacionadas tropas desde hace décadas— actuando como una daga en su costado oriental, el gobierno de Chisinau teme que cualquier colapso en el frente sur ucraniano (cerca de Odesa) convierta a su país en el próximo objetivo lógico para unificar el corredor ruso hacia el oeste.
El segundo, y más peligroso para la seguridad global, son los Países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania). Durante el último año, las incursiones aéreas de cazas rusos en el espacio aéreo de la OTAN han aumentado un 40%. La retórica desde Moscú, que acusa a estos estados de "rusofobia" y amenaza con "medidas técnico-militares", recuerda inquietantemente a los discursos previos a la invasión de Ucrania en 2022.
La pesadilla de la OTAN tiene nombre propio: el Corredor de Suwałki. Esta franja de terreno de 65 kilómetros que conecta Polonia con Lituania es la única vía terrestre entre los bálticos y el resto de la Alianza. Si Rusia, con ayuda de Bielorrusia, decidiera cerrar esta brecha, aislaría a las tres repúblicas bálticas en cuestión de horas, planteando a la OTAN el dilema definitivo: ¿Arriesgarse a una guerra nuclear por Vilna o Tallin, o dejar caer la Alianza?
El factor fatiga y la incertidumbre política
A finales de 2025, la situación se complica por el panorama político occidental. La fatiga de guerra es palpable. En Berlín y París, los debates presupuestarios chocan con la necesidad de rearmar a unos ejércitos europeos que descubrieron tarde su falta de preparación.
La incertidumbre política en Estados Unidos añade una capa de volatilidad. Europa empieza a asumir una realidad incómoda: debe prepararse para una arquitectura de seguridad donde el paraguas norteamericano podría no estar garantizado eternamente. Esto ha acelerado iniciativas como el fondo SAFE de la UE para la industria de defensa, pero los tiempos de producción industrial no coinciden con la urgencia del frente.
Un continente en la cuerda floja
La extensión de la guerra no requiere necesariamente tanques rusos cruzando el Vístula mañana. La extensión puede ser —y ya está siendo— la desestabilización económica, la manipulación electoral y el sabotaje selectivo.
Sin embargo, el riesgo de un error de cálculo nunca ha sido tan alto. Un misil desviado en Polonia, un choque de aviones sobre el Báltico o una provocación en la frontera moldava podrían ser la chispa que incendie la pradera seca en la que se ha convertido la seguridad europea. Europa no solo mira la guerra en Ucrania; empieza a sentir su aliento en la nuca.
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