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Política 15 de diciembre de 2025
RN
En la superficie de la diplomacia de las redes sociales y las cumbres conservadoras, la relación entre Javier Milei y José Antonio Kast se presenta como una hermandad inquebrantable. Ambos líderes comparten escenarios en la CPAC, intercambian elogios públicos y denuestan al unísono al socialismo del siglo XXI. Sin embargo, bajo esa capa de afinidad ideológica, en los pasillos de las cancillerías y los estados mayores se gesta una lectura mucho más fría y pragmática: la llegada del líder republicano al Palacio de La Moneda podría no ser la buena noticia que el gobierno libertario espera, sino el inicio de una feroz competencia regional.
La historia de las relaciones internacionales enseña que los vecinos con modelos económicos idénticos rara vez funcionan como socios complementarios; por el contrario, suelen convertirse en rivales directos por los mismos recursos escasos. El primer campo de batalla de esta disputa silenciosa sería la minería. La administración de Javier Milei ha apostado gran parte de su capital político al RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones) y a la promesa de desregulación para atraer capitales globales hacia el litio y el cobre argentino. La gran ventaja competitiva de Argentina hoy radica en ofrecer una apertura agresiva frente a un Chile que, bajo la administración de Gabriel Boric, ha estancado su producción minera debido a la incertidumbre regulatoria y la llamada "permisología".
Si Kast asume la presidencia, su promesa central será precisamente destrabar esa burocracia y ofrecer garantías absolutas al mercado. En ese escenario, Argentina perdería su factor diferencial. Frente a un inversor global que debe decidir dónde colocar miles de millones de dólares, un Chile gobernado por Kast —que ya cuenta con grado de inversión, infraestructura madura y seguridad jurídica histórica— se volvería inmediatamente más atractivo que una Argentina que aún lucha por desarmar el cepo cambiario y estabilizar su macroeconomía. En un mundo con capital finito para la transición energética, el éxito de Kast podría significar una sequía de inversiones para el norte argentino.
Esta competencia se trasladaría inevitablemente al plano diplomático y la relación con Washington. Javier Milei ha reorientado radicalmente la política exterior argentina buscando convertirse en el socio global preferente de Estados Unidos en el Cono Sur. El problema para la Casa Rosada es que ese lugar ya tiene dueño. Chile lleva décadas cultivando una relación institucional profunda con el Pentágono y el Departamento de Estado, cimentada en tratados de libre comercio y programas de cooperación militar. Un gobierno de Kast no solo mantendría esa estructura, sino que la potenciaría con una sintonía ideológica total con el Partido Republicano estadounidense. En un juego de suma cero, Milei tendría que esforzarse el doble para que la Casa Blanca desplace su eje de confianza de Santiago a Buenos Aires.
Pero quizás el aspecto más delicado y menos discutido sea el de la seguridad nacional y las hipótesis de conflicto. A diferencia del liberalismo libertario de Milei, que desconfía del Estado, el conservadurismo de Kast posee una raíz profundamente nacionalista y un vínculo estrecho con la tradición de las Fuerzas Armadas chilenas. Esta diferencia doctrinaria no es menor cuando se mira el mapa.
Ambos países mantienen tensiones latentes sobre la proyección en la Antártida y el control de los pasos bioceánicos. Mientras Milei avanza con la construcción de una base naval conjunta con Estados Unidos en Ushuaia para proyectar poder logístico, un gobierno nacionalista en Chile leería ese movimiento no como una acción de un aliado, sino como una amenaza a su propia hegemonía en el Estrecho de Magallanes y su proyección desde Punta Arenas. La historia demuestra que los gobiernos de derecha nacionalista, cuando enfrentan presiones internas, suelen endurecer su postura territorial. Kast, presionado por su base electoral más dura, podría adoptar una posición intransigente en el sur, complicando la logística argentina y reviviendo viejos fantasmas de competencia vecinal que la diplomacia suele mantener dormidos.
Finalmente, la carrera comercial por la salida al Pacífico cerraría el cerco sobre las aspiraciones argentinas. Con Vaca Muerta necesitada de mercados asiáticos, Argentina depende en gran medida de la infraestructura logística. Kast buscaría potenciar los puertos chilenos no como un servicio de hermandad latinoamericana, sino bajo una lógica de mercado implacable, cobrando los peajes correspondientes y priorizando siempre la carga nacional.
Así, la paradoja austral queda servida: Javier Milei podría descubrir que su "amigo" ideológico es, en la práctica, su competidor más formidable. Un Chile eficiente, pro-mercado y nacionalista funcionaría como un espejo cruel para la Argentina, uno que le disputaría cada dólar de inversión, cada gesto de Washington y cada metro de influencia en los mares del sur.

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